Hola!! Aquí os dejo un extracto de mi blog, con una visión particular del clinic de Steve Gadd en Sevilla.
Saludos!!
A la derecha de Dios (I)
18 de Mayo de 2010
Buenas!! En el último post os avisé que me disponía a ver a Steve Gadd en Sevilla. Y así fue. Han pasado veinte días y aún no he asimilado el éxtasis. Intentaré transmitiroslo.
Hace unos veintitrés años, allá por el año 1987, un joven aficionado a la batería escuchaba en su casa un CD que le acababan de regalar. Se titulaba “Winelight” y era de un saxofonista llamado Grover Washington Jr.
Nuestro joven aficionado no tenía ni idea de lo que estaba a punto de sucederle. Hasta la fecha, sólo había escuchado música rockera y de la dura. Sus ídolos baterísiticos eran Peter Criss, Nicko McBrain, Cozy Powell… Para él, eso de la batería era cuestión de rapidez, energía y hacer cuanto más ruido, mejor.
Después de escuchar la primera canción del CD sintió algo raro. Era algo distinto. No tenía nada que ver con el heavy. Pero le gustaba. Aquella música transmitía paz, fluidez, calor, alegría, ganas de mover el pie. La base rítmica era formidable. La batería no despachaba decibelios sin sentido. El bajo era glorioso.
Acabó de escuchar el CD y volvió a ponerlo. Empezó a leer los créditos. El baterista se llamaba Steve Gadd. Escuchó el dichoso CD cientos de veces en las semanas posteriores. Y comenzó a interesarse por ese gran baterista.
No mucho tiempo después, en un programa de televisión, el mítico “Jazz entre amigos”, pusieron un concierto de Steve Gadd con su propia banda, The Gadd Gang. Se quedó a verlo, pese a lo intempestivo de las horas, y lo grabó en VHS. Nunca hubo cinta de VHS tantas veces reproducida.
Desde entonces hasta ahora, Steve Gadd ha sido su referencia en esto de los tambores. Y según pasaban las hojas del calendario por su vida, soñaba con que algún día pudiera estar enfrente de Mr. Gadd para decirle un montón de cosas.
Mes de abril de 2010. Nuestro joven aficionado ya no es tan joven; pero es mucho más aficionado. Y sigue admirando cada día más las notas que regalan las baquetas de Mr. Gadd. Tanto que, en las últimas horas de la mañana, se encuentra en el Ave Madrid-Sevilla, camino de la capital andaluza para encontrarse con su ídolo. La casa Zildjian, archiconocida fabricante de platillos, ha organizado una gira europea de clinics para que el maestro americano enseñe al viejo continente lo que es capaz de hacer. La gira pasa por Sevilla, gracias a la eficacia de Tam Tam Percusion, una firma sevillana vendedora de artículos percusivos.
Son las cuatro y media y nuestro joven aficionado está en un polígono industrial sevillano esperando que llegue Mr. Gadd al sitio convenido por la organización para charlar y hacerse fotos con los fans. Un enorme autobús adornado con la foto del maestro está aparcado frente a las instalaciones de Tam Tam Percusion. Los allí presentes se fotografían. Nuestro ya no tan joven aficionado se mea de la emoción y no aguanta la espera. El artista se retrasa, pardiez.
Se dirige al interior de la tienda y compra un parche para que el maestro se lo firme. Acaba de darse cuenta de que se ha dejado en Madrid aquel viejo CD de Grover Washington Jr, que es donde debía caer la firma de Mr. Gadd. En fin, qué le vamos a hacer.
Finalmente, en un taxi sevillano llega el maestro. Luce camiseta, bermudas y zapatillas de deporte. Aspecto juvenil para un excelso señor de 65 años que lleva 60 dándole a los palos. Nuestro querido aficionado ocupa su lugar en la fila de fans. Es de los primeros. Junto a él va su amigo Víctor, que es quien le da cobijo en Sevilla. El bueno de Víctor, diez días antes, no sabía nada de Steve Gadd. Ahora, gracias a la pesadez de nuestro aficionado, sabe tantas cosas que no ha querido perderse el evento.
La gente va saludando al maestro y haciéndose la foto de rigor. Van pasando, pasando, y le llega el turno a nuestro aficionado. Paso al frente, mano adelante y la choca con la del maestro. El éxtasis. El nirvana. El cielo. Intenta hablar y casi no puede. Tan solo un “nice to meet you” y un “thanks for coming” salen de su boca. El maestro sonríe y firma solícito. Y la foto de rigor. Nuestro aficionado agarra al ídolo por la cintura, como si fuera una modistilla, y siente la mano de Gadd por encima de su hombro. La cámara dispara. Por todos los santos, que no falle. Treinta de abril de 2010, algo más de las cinco de la tarde, algo más de las cinco en punto de la tarde. La hora trágica por antonomasia de la literatura española se convierte en la hora gloriosa, inmensa, insuperable en la vida de nuestro protagonista. Ahí le tenemos, ciñendo por el talle a Mr. Gadd, al calor sevillano y a la derecha de Dios.
(Continuará)
Publicado en
Drumfeels