En un bar mítico de aquí, para no pagar a la SGAE, estaban todo el día jugando al Guitar Hero. No es música, no es televisión ni es radio, es un videojuego, y de momento no se puede cobrar por ello.
Ayer, volviendo a casa, me acordé de un cuento que me contaron cuando era pequeño en el colegio y nunca me pareció que tuviera algún tipo de enseñanza hasta hoy, aunque está un poco modificado y la última parte es de mi cosecha.
Un hombre, al que llamaremos Consumidor Pérez, se encontraba hambriento en el mercado de Santa Industria Discográfica. Frente a él estaba Vicente Valemusic, regentando un puesto en el que asaba filetes de jamón redondos y con un agujerito en el medio. Consumidor se quejaba porque el tamaño de sus filetes, así como su sabor, su contenido en nutrientes e incluso su capacidad de conservación se habían visto menguadas enormemente desde que cambió de cerdos por unos más baratos. Sus bocadillos de jamón asado se habían reducido un ridículo filete que no llegaba apenas a manchar el pan.
Esto no supondría un problema para Consumidor si no fuera porque Vicente pretendía cobrarle por ese bocadillo lo mismo o más de lo que cobraba antes por sus bocadillos de gran calidad. Tras intentar razonar y negociar con él, Vicente no cedió y Consumidor se vio obligado a marcharse y buscarse una solución. La encontró varios puestos más allá, cuando vio que *C*arlos *D*amián, que tenía una estampita de la *Virgen*, vendía pan por mucho menos dinero (unas 100 veces menos) de lo que costaban los bocadillos de jamón de Vicente. Era obvio que era el mismo pan que Vicente usaba, porque tenía la forma redonda y con un agujero en el centro característica de sus bocadillos.
Consumidor compró un pan del mismo tamaño que los de Vicente y, con una rama de un árbol, una variedad de arce llamada acer internetensis, pinchó el pan de Carlos Damián y lo colocó encima de donde Vicente asaba sus jamones. Al cabo de un rato, Consumidor tenía un pan con todo el aroma del jamón y recubierto de una película de grasa que le daba practicamente el mismo sabor que los raquíticos bocadillos de Vicente.
Vicente, en lugar de bajar el precio de sus bocadillos o intentar hacer unos bocadillos de más calidad, que supusieran alguna diferencia notable con los panes empapados en grasa, fue a buscar la ayuda de un mercader que llevaba décadas sin vender ni uno sólo de sus Pollos Fritos, pese a haberse autoproclamado el Rey de los mismos. Este mercader, cuyo nombre estaba prohibido pronunciar o escribir; era amigo del Emperador, que antaño fabricaba zapatos, y consiguió un decretar un impuesto que hacía pagar a todos los consumidores no sólo de pan, sino de cualquier cosa en la que pudiera impregnarse grasa, el doble de su precio, quedándose él la diferencia. No se quedó ahí, sino que también consiguió que todos los vendedores de comida le tuvieran que pagar a él, los compradores de comida le tuvieran que pagar, y que todos los lugares donde se sirviera comida, cuando el impuesto ya había sido pagado una vez, tuvieran que volver a pagar. La familia Pérez, que era muy numerosa, decidió no aguantar este abuso, y utilizar la práctica que había usado consumidor siempre que pudieran.
También comenzaron a hacerse su propia comida, que colgaban en las ramas de acer internetensis para que todos pudieran comerla, pero aquello no funcionó muy bien porque el innombrable mafioso también cobraba un impuesto por cualquier tipo de distribución de comida. El vendedor de pollos fritos, que actuaba ya por encima del emperador y al margen de la ley, decidió que con su impuesto no era suficiente, así que le pidió permiso al Emperador para cortar todos los acer internetensis, y por lo visto el Emperador va a concederle también ese capricho...